De un Hogar de Niños a la abogacía y la música: la experiencia de Claudio, «el defensor de boina»
Nacido en el Gran Buenos Aires, la pobreza extrema de su familia chaqueña lo llevó a criarse “institucionalizado”. Sin embargo, la red de apoyo que lo rodeó sirvió para guiarlo a nuevos horizontes. Hace 20 años que el interior neuquino es su casa.
“Caio” tanto para los amigos, como en el Hogar de Niños de San Andrés de Giles, Buenos Aires. “Dr. Alderete” en el Poder Judicial de Neuquén, “Caio” de nuevo en el camino que quiere recorrer ahora con la música: la contención que recibió lo convirtió en su versión actual. “Soy el resultado de un Estado (y una comunidad) presentes”, afirmó, porque lo vivió en carne propia.
Con camisa y traje, de boina y alpargatas, ambas facetas conviven dentro del pecho y la cabeza de Claudio Alderete, quien hace 18 años está radicado en la provincia de Neuquén. Allí ejerce como defensor oficial público en Junín de los Andes, especializado en Discapacidad y Salud Mental, después de sumar trayectoria en Zapala, pero su historia personal, lejos de los concursos judiciales y el currículum vitae, van mucho más allá. Su amigo – hermano, Pablo Chiurco, “Pique”, con el que se conocieron en el secundario técnico, fue quien confió a Diario RÍO NEGRO sus vivencias, convencido de que podrían inspirar a los demás.

De un Hogar de Niños a la abogacía en Neuquén | Los Patronatos
“Preocúpese de los hijos ajenos como de los propios”, “cada localidad debe fundar una casa hogar protectora”, “la limosna al niño es caridad mal entendida”, “todo niño tiene derecho a la vida sana y alegre” y “no se habitúe a ver un niño desamparado”, eran ejes del decálogo del Patronato Nacional de Menores, en plena década del ‘30. Jorge Coll fue desde 1938 ministro de Justicia e Instrucción Pública a cargo de esas instituciones, y su nombre pasó a la historia bautizando justamente al orfanato al que llegó Claudio, 41 años después, después de vivir años difíciles en González Catán.
A San Andrés de Giles, ese tranquilo pueblo ganadero ubicado en el norte bonearense, ese niñito hoy convertido en destacado profesional arribó con tres años, acompañado por varios hermanos más grandes, hijos de una madre chaqueña que no podía mantenerlos. No perdieron el contacto con ella, pero allí “Caio” supo que el N°40 sería desde entonces su marca personal, estampada en su casillero y en su ropa, así como también conoció la soledad de los domingos sin almuerzos familiares o la etiqueta imaginaria que el resto del pueblo había pegado en su frente, tanto para la ayuda de muchos, como para la exclusión de otros.

En ese contexto, Andrés Barbieri, el director del establecimiento, fue quien le dio un norte y sentido a los 18 años que el protagonista de esta historia viviría dentro de la antigua casona del Hogar, su huerta y su corral. Y fue Barbieri quien, terminado el secundario, le gestionaría una beca para llegar a la universidad, dentro del Sistema de Sostén de la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires. De los 100 que convivieron con él, fue uno de los pocos que llegó a ese nivel de formación.
Contador público fue la primera opción vocacional, que no prosperó, hasta que unas materias de Derecho alimentaron su preferencia. Ayudados con encomiendas de víveres que les enviaban, compartieron con Pablo los años de estudio en la Capital, gran ciudad que lo vio alguna vez llegar a la sede de la Universidad de Buenos Aires con una alpargata rota en la punta y la uña del dedo pintada con marcador negro para disimularlo. Con el tiempo, varios trajes donados a Barbieri, en el Hogar, fueron los primeros atuendos que usó en el inicio de su carrera.


De un Hogar de Niños a la abogacía en Neuquén | Poesía y literatura
En ese tiempo de cursado, “Caio” pudo cultivar también un vínculo con la música que lo acompaña hasta hoy. Con la guitarra que alcanzó a sumar en el equipaje, al dejar San Andrés de Giles, aprendió a ejecutar melodías que se sumarían a la poesía y la literatura que ya disfrutaba desde niño, cuando todos le recomendaban que mejor jugara al fútbol.
Gracias a esas herramientas, este experto en Derecho, convertido en guía de su propia familia, con dos hijos adolescentes, con excelentes puntajes para concursar y prosperar económicamente como camarista, prefirió ya de grande abrir una puerta para seguir su propio deseo, el que había quedado olvidado detrás de las obligaciones, el esfuerzo sin límites por encajar y agradar las expectativas ajenas, como él mismo definió.

Clases de canto y más dedicación a un repertorio de canciones que lo describen y lo conmueven, lo llevaron a dejar en el placard los trajes y las camisas, para seguir siendo el abogado de los que “están más en la lona”, pero convertido en el “defensor de la boina”, como usaba Barbieri, el letrado que llega en bicicleta o últimamente en una Minivan y que “no quiere mentirse a sí mismo”.
“Esta zamba es alegre aunque nace de la nostalgia”, repite una de las obras colombianas que Claudio puntea y entona para los vecinos de San Martín de los Andes o en algún bar de San Andrés de Giles. Esas mismas sensaciones se mezclan en su relato y en los altibajos anímicos que hoy le reclaman un tiempo de licencia para reencontrarse a sí mismo y seguir. Lo que le tocó no fue fácil, pero sabe que pronto estará de nuevo en carrera, celebrando con sus excompañeros del “Jorge Coll” como si fueran egresados de la vida misma, que le ganaron a un destino que parecía marcado.

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“Caio” tanto para los amigos, como en el Hogar de Niños de San Andrés de Giles, Buenos Aires. “Dr. Alderete” en el Poder Judicial de Neuquén, “Caio” de nuevo en el camino que quiere recorrer ahora con la música: la contención que recibió lo convirtió en su versión actual. “Soy el resultado de un Estado (y una comunidad) presentes”, afirmó, porque lo vivió en carne propia.
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