Vivir para contarlo: recuerdos del andinista que perdió a cuatro colegas en el Aconcagua hace 25 años

“Las montañas tienen sus propias leyes”, dicen los que saben y Miguel Ángel Guillén lo comprobó en primera persona. A pesar del doloroso episodio, pudo seguir adelante, abrazando el deporte.

Hoy tiene 75 años y reconoce las limitaciones propias de la edad, pero en el año 1995 era un futbolista y maratonista que encontró en el andinismo la forma de seguir haciendo una actividad física. Ni se imaginaba que cinco años más tarde, enero del 2000 le dejaría una marca imborrable, cuando cuatro de los compañeros con los que escalaban el cerro Aconcagua murieron intentando hacer cumbre.

Dos jóvenes neuquinos integraron la lista de víctimas fatales de ese grupo que se había propuesto el desafío de tocar el “Techo de América” hace 25 años, a poco de que el mundo celebrara el cambio de milenio. Se trataba de Germán Brena (21 años) y Gustavo Martín (25), junto a un pampeano, Daniel Morales (47), y un mendocino, Walter Toconas (21), nacido cerca de la cordillera, el “baqueano” conocedor del lugar que los acompañó en esa salida.

Miguel sostiene el recuerdo junto a tres de sus compañeros: de izq. a der. Urra, Guillén, Brena y Toconás. Foto: Florencia Salto.

Eran 11 en total pero estos cuatro eligieron subir por el “Glaciar de los Polacos”, el lado nordeste del macizo montañoso, con mayor dificultad, mientras el resto hizo lo propio por el camino tradicional, con Miguel Ángel Guillén entre ellos.

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En diálogo con Diario RÍO NEGRO, este experimentado cipoleño compartió algo de las sensaciones vividas. Su parte del equipo sí logró hacer cumbre, ese esperado domingo 9 de enero y fueron ellos los que esperaron la llegada a la cima de Brena, Martín, Morales y Toconas por más de 40 minutos, sin noticias. Desconocían que habían resbalado a poco más de un kilómetro, del otro lado, por una pared de hielo de la que no lograron aferrarse.

Al regreso, cuando supieron la mala noticia, para Miguel fue imposible dormir, ya que en su caso compartía la carpa con Toconás y no podía creer que ya no estaba ese jovencito que los había recibido con un asado en su propia casa, en el paraje cercano llamado Punta de Vacas, antes de partir.

De los 70 ascensos que este vecino acumula en su haber, la mayoría al volcán Lanín, el Aconcagua sólo lo vio en tres. La salida de enero del 2000 fue la única en la que llegó al final, pero no sólo implicó la pérdida de sus colegas, sino también un desgaste físico que lo dejó cara a cara con su propia muerte, de la que afortunadamente pudo escapar.

Guillén hoy es vecino de Cipolletti – Foto: Florencia Salto.

“Cuesta subir, pero lo realmente difícil es bajar, porque el descenso quintuplica el peso que recae en las articulaciones”, explicó. Frente a ese cansancio extremo, pudo reconocer que su propia conciencia empezaba a fallarle, haciéndole desear quedarse ahí, recostado en alguna de esas piedras, sin siquiera pensar en las consecuencias.

“Ahí fue cuando vi que un perro doberman se me venía encima”, relató, para luego reconocer que apenas era su guante, enganchado en la piqueta. Esa alucinación fue la que lo hizo reconocer la gravedad de su situación y buscar aliento dentro suyo, para avanzar como fuera, con tal de regresar al campamento.

Los restos de Toconás descansan en el Cementerio de los Andinistas, en Mendoza. Foto: Gentileza.

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Tanto tiempo después mira hacia atrás y aunque lamenta la tragedia vivida, reconoce todo lo que las montañas le enseñaron, entendiendo que lo vivido era parte de los riesgos de un deporte extremo. De la misma manera lo comprenden todos los que se lanzan a una aventura similar año tras año. Desde ese lugar Miguel se animó a volver a intentarlo, aunque el clima ya no le permitió pisar una vez más los casi 7000 metros a cielo abierto de la cúspide del Aconcagua.

Acompañado por su esposa Ester y su familia, como en aquellas semanas difíciles del año 2000, hoy son las fotos las que lo ayudan a valorar lo vivido. Jubilado de la actividad frutícola, hoy el newcom es el deporte que lo sigue convocando, como jugador y como árbitro, con la misma pasión con la que abrazó el andinismo. “Llegar a la cima hace que te inunde una sensación única, a veces extraño un poco eso”, reconoce, pero como la montaña le enseñó, todo tiene un límite. Y él aprendió a aceptarlo.

Otra postal del Cementerio del Andinista. Foto: Gentileza.

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    Hoy tiene 75 años y reconoce las limitaciones propias de la edad, pero en el año 1995 era un futbolista y maratonista que encontró en el andinismo la forma de seguir haciendo una actividad física. Ni se imaginaba que cinco años más tarde, enero del 2000 le dejaría una marca imborrable, cuando cuatro de los compañeros con los que escalaban el cerro Aconcagua murieron intentando hacer cumbre.

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