¿Qué hacemos con el celular en la escuela?

La provincia de Neuquén empezó a legislar el uso del celular en la escuela y aprovechamos para repasar la siempre tensionada relación entre escuela y tecnología.

La escuela siempre tuvo sus tecnologías, sólo que por tradicionales y naturalizadas pocas veces reparamos en ellas. Una de esas tecnologías es la pizarra, que primero fue negra y de madera, luego verde; actualmente es blanca y de material acrílico. También estaba la pizarra individual que fue sustituida luego por el cuaderno –otra tecnología-.

La pluma originalmente fue una auténtica pluma de ganso y el cortaplumas era la herramienta para moldearla. Luego fue de metal y esto permitió que se pudiera escribir a edades más tempranas; ya que la escritura, hasta entonces una técnica, era oficio de personas especializadas que no necesariamente eran escritores.

El tintero subsistió con la pluma metálica y era un verdadero arte recoger allí la tinta para llegar al papel, tratando de salpicar lo menos posible en el pupitre y en el cuaderno. El bolígrafo con punta esférica vino a superar aquellos enchastres.

Cuenta Emilia Ferreiro -especialista en alfabetización- que a todos estos cambios tecnológicos la escuela reaccionó con un rotundo “No”. El bolígrafo, por ejemplo, arruinaría la letra de los escolares. Más adelante, las calculadoras de bolsillo significaron una nueva amenaza que arruinaría el cálculo. Sin embargo, la caligrafía dejó de ser un valor social y laboral, porque las máquinas de escribir unificaron y homogeneizaron la tipología de las letras para los usos administrativos y públicos; y la calculadora finalmente se incorporó a la escuela para los cálculos exactos, mientras se enseñan habilidades para el cálculo aproximado. Porque ambos resultados -el aproximado y el de la calculadora- son necesarios y se complementan en los usos matemáticos cotidianos. Para esto también vale la reflexión de Emilia Ferreiro: “la institución escolar libra batallas perdidas de antemano”.

Ferreiro recuerda que también la máquina de escribir generó rechazo y sólo llegó a la escuela -mayormente- para uso administrativo por parte de los adultos. Esto a pesar de que, en la sociedad de su época, ese era un “nuevo” saber necesario y proliferaban los cursos para aprenderlo: se les llamaba mecanografía y seguramente algunos lectores y lectoras los hicieron, con la expectativa de abrirse nuevas posibilidades en el campo laboral. El objetivo era aprender a escribir con los diez dedos, pero sin mirar el teclado. Para ello el o la docente colocaba una caja de zapatos cortada en un costado para esconder las manos sobre el teclado y así el alumno pudiera adquirir la técnica de escribir sin mirar.

La televisión también fue resistida y tuvo más o menos aceptación en la escuela dependiendo del sector social, las políticas educativas y las personas que estaban en el aula. Pero en concreto, quien ingresó a la escuela fue el televisor -y la casetera-; no la televisión como campo discursivo. Entonces, si bien en algunas provincias estuvo -y está- la prescripción en los diseños curriculares del análisis crítico de los medios, esto devino fracasado eslogan en la gran mayoría de los casos.

Si estas tecnologías que acabo de nombrar generaron resistencias y desconfianza, la computadora, Internet y hoy el celular -que concentra todo lo anterior y mucho más- resultan tecnologías altamente desestabilizadoras y amenazantes. Tomo nuevamente las palabras de Emilia Ferreiro: demasiados cambios simultáneos para una institución tan conservadora.

A riesgo de reduccionismo, creo que hay dos elementos que fundamentan tal resistencia: lo incontrolable de las nuevas tecnologías y el cambio cada vez más vertiginoso de los saberes necesarios para un desempeño competente y digno, en el entorno social que nos toca. Quienes conocemos el territorio del aula, sabemos que no es nada fácil lidiar con estas dos situaciones. Y la mayoría tenemos más preguntas que respuestas.

El celular nos pone en jaque, porque no es cualquier tecnología. No se trata de un nuevo medio, sino entornos digitales: nuevos hábitats en los que nos desenvolvemos y donde las reglas de comunicación y acción -comercial, social, informacional, etc.- han cambiado por completo, y siguen cambiando a un ritmo que supera nuestra capacidad de adaptación.

Numerosos estudios demuestran (los de Daniel Cassany o Felipe Zayas, por mencionar algunos) lo valioso de usar del celular en el aula, como herramienta didáctica. Otros alertan peligros y hay leyes que restringen o prohíben su uso en la escuela. Mientras tanto, muchas políticas educativas se desentienden -mientras puedan- de este necesario y urgente debate. Pero no el debate simplista y moral que añora tiempos pasados supuestamente mejores ni la idealización de un futuro tecnológico deshumanizado: un debate que se pregunte seriamente por los sentidos de la escuela y su lugar en este nuevo mundo.

* Docente de Lengua en el IFDC de General Roca y de Villa Regina y Lic. en Comunicación Social.


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