La Trochita cumple 80 años, Carlos vivió sobre rieles, se casó en un vagón y cuenta esta historia de amor y resistencia

A los 23 años llegó a Esquel para trabajar con el tren más famoso del sur. Cuatro décadas después, se casó en sus vagones. Hoy, en el día del aniversario del Viejo Expreso Patagónico, se despide tras una vida al ritmo del silbato.

Carlos y Amalia se casaron este mes, sobre un vagón del tren.

Por momentos, parece que el tren respira. Cada vez que lanza vapor, cada traka traka sobre los rieles viejos, late como un corazón. Para Carlos Agüero, ese latido lo acompaña desde hace 40 años. Y hoy, cuando el Viejo Expreso Patagónico La Trochita celebra su aniversario número 80, su historia también se vuelve leyenda.

Carlos nació en Tres Algarrobos, Buenos Aires, pero fue en Esquel donde echó raíces. Llegó con 23 años, en 1983, recién salido de la escuela de conducción ferroviaria de Ferrocarriles Argentinos, con una historia familiar que ya tenía olor a carbón: su padre había trabajado en el ferrocarril en tiempos de los ingleses.
Arrancó como operario de vía, de abajo, y luego se postuló para maquinista. “En el 84 rendí el examen de ingreso en Constitución, y a los dos meses me mandaron a la escuela técnica de Olavarría”, recuerda.

A Esquel llegó por elección, y porque un puesto había quedado vacante. Un hombre de Mar del Plata lo había aceptado primero, pero apenas vio la locomotora a vapor, se volvió. Carlos, sin pensarlo mucho, tomó el tren.

Tenía 23 años cuando llegó a Esquel, a trabajar en el tren.

“No me imaginaba ni la máquina, ni el sur. Vengo de una familia muy humilde, nunca había salido del pueblo. Pensé: estoy dos o tres meses, conozco el sur, agarro la categoría y me vuelvo. Pero a los quince días ya les mandé una carta diciéndoles que me quedaba. Me gustó este tren, la forma de trabajo, la máquina a vapor, que nunca la había visto, pero acá cobraba vida”.

Era una época con mucho movimiento, con una empresa grande que funcionaba:“Corríamos dos trenes por semana, en trenes mixtos de pasajeros y carga. Había formaciones en Jacobacci, El Maitén, Esquel, habían como 30 vagones de pasajeros en total, de encomienda como cien, vagones vivienda, furgones y como veinte locomotoras”.

Con su hijo, su legado.

Un amor sobre los rieles de La Trochita


En 1987, mientras iba y venía entre Esquel y El Maitén, conoció a Amalia. “Yo andaba por los vagones, les prestaba el equipo de mate a las chicas que venían a estudiar el profesorado”, cuenta. En 1988 se juntaron. Y hace unos meses, sellaron esa historia con el primer casamiento que se recuerda en La Trochita.

Llegaron en un Peugeot 404 naranja, adornado con flores, y subieron a un vagón decorado, lleno de familiares. Cuando la jueza preguntó si alguien se oponía, tres mujeres irrumpieron entre lágrimas: eran las hermanas de Carlos, que llegaron de sorpresa desde Buenos Aires. “Fue familiar pero inolvidable. En 80 años fue el primer casamiento en La Trocha”, dice con orgullo.

La jueza realizó el casamiento sobre uno de los vagones.

Resistencia sobre ruedas


Pero no todo fue romance. En los años 90, con el desguace del sistema ferroviario nacional, Carlos y su compañero se quedaron solos. “Éramos dos conductores, cuatro en el taller y dos en la estación. Corríamos tres trenes por día. Sin horas extras, sin reglamento, porque si poníamos un pero, el tren no salía”.

Las vacaciones, los feriados, las jornadas de descanso, todo se sacrificó por mantener vivo al tren. “Si hay algo que le hizo mal al tren fue la clase política”, dice con amargura. Y recuerda ese día viernes en que les prometieron que no habría despidos y al lunes siguiente tenían los telegramas en sus casas.

Se quedaron cuidando el galpón, durmiendo cerca, sin sueldo. Hasta que la provincia los llamó para volver a poner en marcha el tren. “Gracias a eso pudimos seguir trabajando. Fue duro para todos”.

Un ferroviario de ley.

En estos años, Carlos no solo manejó locomotoras, sino que vio como ese tren centenario, se transformaba en un proyecto turístico con interés mundial. Vendían remeras, imanes hechos por su hija, llevaban charters con extranjeros. “No había guías de turismo, nada. Nosotros le explicábamos, y la gente de Nahuelpan empezó a vender torta fritas, los de las comunidades llevaron artesanías, por cuenta de ellos. Después algunos empezaron a alquilar caballos. Mi hija, que tenía 8 años, era el 94’, y hacía unos imanes, con arpillera y flores secas y lo vendía arriba del tren. Así estuvimos como hasta el 2000”.

Y funcionó. En los años buenos, La Trochita corría llena. En el verano o la época de tulipanes, no quedaba un asiento libre. “A veces la gente se queda abajo”, cuenta. Hoy el tren tiene 180 lugares. El turismo bajó, pero la pasión sigue y empiezan a prepararse para las vacaciones de invierno. Muchos llegan al centro de esquí de La Hoya, pero otros tantos van al tren. “No importa que nieve, salimos a limpiar vías y hacemos correr los trenes. Esquel es muy lindo porque desde que arrancás de la estación, hasta que subís, ves la ciudad es todo hermoso”.

La Trochita y la familia que formó en estos años.

Carlos se jubila este 25 de mayo, el mismo día en que, en 1945, La Trochita llegó por primera vez a Esquel. Viajará con su hijo que también es maquinista. Aunque ya no trabajará, seguirá cerca. “Yo y mi familia dejamos todo acá adentro. Fue algo muy grande. De ser una fuente de trabajo, pasó a ser algo que defendí toda la vida para que no desaparezca”, jura.

Durante su carrera, formó a ocho personas en el manejo de la máquina a vapor, en una escuela técnica que armaron en Esquel. “Eso es muy importante, porque hay que enseñarle a los nuevos el amor por esto. Para que algo funcione hay que ponerle cariño. Eso es lo que me gustaría que aprendan los jóvenes”.
Ahora, el tren sigue. Carlos, en cambio, hoy baja en su estación, pero él y La Trochita son inseparables. Como los rieles, siempre van uno al lado del otro, aunque la vida los sacuda.

El Viejo Expreso Patagónico ofrece salidas para disfrutar de un clásico histórico y paisajes únicos.

Cómo viajar en La Trochita


La Trochita se mantiene como uno de los principales atractivos turísticos, culturales e históricos de la cordillera patagónica. Su encanto reside en su historia, su maquinaria original y los paisajes que recorre, convirtiéndolo en una parada obligatoria para los visitantes de la región.

El viaje de La Trochita es de tres horas de duración y cubre una distancia de 19 kilómetros, con un total de 49 curvas. En la Estación Nahuelpan, la comunidad originaria que allí habita, recibe cordialmente al visitante.

En la estación original de Esquel funciona el Paseo Ferroviario, una pequeña muestra histórica con piezas genuinas del tren que puede visitarse antes de que el tren parta hacia la Estación Nahuelpan. El lugar está abierto al regreso del tren por el transcurso de media hora.

Sus hijos y nietos, se criaron junto a los rieles.

Se puede visitar el Museo de Culturas Originarias Tehuelche-Mapuche, la Casa de las Artesanas donde se pueden adquirir artesanías y el Paseo de Artesanos. Durante esta parada de aproximadamente 45 minutos, el tren realiza las maniobras de la locomotora para el regreso a la Estación de Esquel.

Sale los sábados a las 10 de la mañana.


Precios para viajar en La Trochita


Residente Nacional Estudiante Universitario $ 37.000,00

Residente Nacional Menor (de 6 a 12 años)$ 35.500,00

Residente Provincial Mayor $ 40.000,00

Residente Nacional Mayor $ 50.000,00

Residente Nacional Jubilado $ 37.000,00

Residente Provincial Menor (de 6 a 12 años)$ 30.000,00

Residente Esquel/Trevelin $ 24.000,00

Por los festejos del día de hoy habrá un chocolante caliente. Los boletos se pueden comprar de manera on line en el sitio www.latrochita.org.ar.


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